Mientras caminaba yo por las hermosas calles de Guadalajara hacia un locutorio para llamar a mi familia en el Sahara, se cruzó conmigo un hombre en silla de ruedas. Tenía las dos piernas cortadas a la altura de las rodillas, su rostro era triste y su edad rondaba los 50 años. Se detuvo en mi camino tendiéndome la mano con la palma abierta, solicitando una limosna. LGe ofrecí algunas monedas
- ¿Cómo estás? - le dije.
- Muy mal - me respondió moviendo la cabeza de un lado a otro.
- ¿Por qué andas tan mal? - le pregunté.
- La gente no ayuda a un desdichado como José - me manifestó.
- Tú eres un hombre necesitado, mereces la solidaridad de todos -le dije retirándome. Él también se marchó en busca de ayuda de otros transeúntes.
Pasada una semana decidí un día salir a la calle para sentarme en el Parque de la Concordia a leer una de mi novelas favoritas. De repente presencié a José avanzando en su silla de ruedas a bastante velocidad. Al verme dio un frenazo, estaba seguro de que yo le ayudaría. Le saludé respetuosamente y le ofrecí un puñado de monedas, se acomodó en su silla feliz por mi limosna.
- ¿Puedo saber de que país tú eres?, seguramente eres del Medio Oriente - me preguntó.
- No amigo, soy del Sahara, mi país fue un día no lejano una colonia española -le respondí.
- Ah sí, el Sahara, en mi niñez oí hablar mucho de tu país, en la época de Franco muchos españoles hicieron la mili allí - dijo José y añadió - sabía yo que tú perteneces a un pueblo noble y generoso ninguno de los emigrantes de Guadalajara me había ayudado - me dijo melancólicamente.
- José yo te respeto te admiro y eres para mí un héroe - le dije.
- ¿Héroe yo? - me dijo con una sonrisa triste y añadió - soy un desdichado minusválido que lleva una vida triste desde hace veinte años.
-José, no sé si estas al tanto que el Sahara lleva a cabo una guerra contra Marruecos desde hace mas de treinta años a causa de la cual hemos abandonado nuestras casas, hemos perdido muchos de nuestros seres queridos, y miles de hombres quedaron en la misma situación que la tuya - le expliqué.
- Imagino que las calles de las ciudades de tu país estarán llenas de gente con muletas y en sillas como yo - me dijo.
- A todos aquellos le consideramos héroes porque perdieron partes de sus cuerpos en el campo de batalla, ellos lo saben, pasean por las calles orgullosos y altivos, todos nosotros soñábamos ser como ellos - le dije.
- Me gustaría ir yo al Sahara y así viviré feliz como ellos - dijo José.
- Aquí en Guadalajara yo te considero uno de ellos porque estoy acostumbrado a respetar y admirar aquellos hombres de mi tierra - le comuniqué.
- Me alegro de tener a un amigo como tú. Tal vez eres el único que tengo en la ciudad, quiero contar contigo el día de mi muerte, no tengo amigos ni familiares que desfilen tras mi féretro -me dijo.
- Cuenta conmigo mientras vivas y cuando mueras - le dije para tranquilizarle y añadí- ¿nunca tuviste una familia?
- Tenía una esposa y un hijo, nos invitaron unos amigos de Coslada, yo tomé unas copas de más. Al volver por la autovía perdí el control sobre mi automóvil, me precipité por un barranco. Mi mujer y mi hijo fallecieron en el acto, yo perdí mis extremidades inferiores. Ojala hubiera muerto con ellos - me dijo con lágrimas en los ojos y añadió - desde entonces mi vida es un infierno.
Afectado por el relato de mi amigo me despedí de el invitándole a pasar por mi casa un día a tomar te del Sahara, no volví a verle más. Pregunté a muchas personas por él, nadie conocía su paradero. Tal vez se marchó a otra ciudad o había fallecido en algún hospital. Me dolió mucho no poder cumplir con mi promesa de acompañarle el día de su muerte.
Abdurrahman Budda