En un día soleado llegó a los campamentos de refugiados saharauis del Aiun un contingente de españoles procedente de Asturias. El grupo estaba integrado por las señoras Armis y Mercedes cuyas edades rondaban los sesenta años. Acudieron para visitar a una niña saharaui llamada Safia a la que Armis había acogido en su casa durante las vacaciones, su vecina Mercedes le había tomado mucho cariño y decidió acompañar a su amiga en el viaje. La niña vivía en Amgala con su mamá Teufa y sus cinco hermanitos. Su padre se encontraba en el frente de combate junto a todos los hombres del campamento. Las señoras españolas venían con un pequeño proyecto que consistía en suministrar corriente eléctrica a través de baterías a las diez familias mas necesitadas. Como este trabajo requería una persona con conocimientos de electricidad Safia llegó a mi jaima con un recado de Toufa para que me presentara en su hogar.
Recé la oración del magreb junto a mi padre y otros ancianos en un círculo de grandes piedras que simbolizaba una mezquita. Al llegar saludé en voz alta, dejé mis sandalias fuera y entré en la jaima. Las europeas estaban rodeadas de chiquillos que charlaban y reían, me explicaron su pequeño proyecto. Enseguida acepté colaborar con ellas animado por su generosidad y su hermosa labor solidaria y nos pusimos de acuerdo sobre nuestro calendario de trabajo.
En las primeras horas de la mañana siguiente nos marchamos al pequeño mercado de la Wilaya, adquirimos baterías, cableado y bombillas y volvimos a la jaima de Toufa, que nos ofreció un exquisito cuscús como almuerzo y coladas de té. Luego comenzaron las visitas a las familias asignadas. En cada jaima nos recibieron con la gran hospitalidad que caracteriza a la sociedad saharaui y nos manifestaron sus enormes agradecimientos.
La jaima de Toufa fue la última en la que presté mis servicios. Un poco antes de la puesta del sol empecé a hacer la pequeña instalación, coloqué la pequeña batería fuera de la jaima y extendí los cables por debajo de las esteras hacia una de las vigas donde coloqué la bombilla. Mercedes, al ver terminada la instalación, dio la orden de encender la luz. Me paré cerca de la viga y accioné el interruptor. La jaima se quedó intensamente iluminada, los niños gritaron al unísono levantando sus manos y Toufa apagó la pálida farola de gas. Los menores empezaron a cantar y a danzar para festejar la ocasión, felices agitaban sus cuerpecitos débiles y desnutridos contemplando sus sombras reflejadas en las lonas de la jaima. Toufa sonreía a sus amigas feliz de tener en su hogar luz eléctrica por primera vez desde 1975 cuando los soldados de Marruecos les echaron de su casa en el Aiun. Las españolas charlaban conmigo alegres de haber hecho algo tan significativo y humano.
-La próxima vez traeremos una television para estos niños- dijo Armis sonriente mientras contemplaba a los pequeños volver a sus cuadernos.
-¿No podemos suministrar corriente eléctrica a través de unos cables a las jaimas vecinas?- preguntó Mercedes.
- La energía almacenada en la batería de 40A que tenemos sólo es suficiente para iluminar una sola jaima -le expliqué.
Mercedes se puso triste, los músculos de su cara se contrajeron y en su frente aparecieron profundas arrugas. Con el poco dinero que había ganado trabajando humildemente en su país quería ayudar a todos los necesitados que sus ojos veían. Se mantuvo silenciosa y pensativa.
Aquella noche no cesaron las risas, los cantos de los niños y las coladas de té, pasada la medianoche decidí retirarme para descansar. Me despedí de los presentes, Toufa me rogó que esperase la cena pero busqué una excusa y me retiré a mi hogar. Al alejarme unos pocos metros miré hacia atrás, contemplé aquella jaima intensamente iluminada entre decenas de hogares de pálidas luces como una luna llena en medio de un océano de estrellas. Sumergido en mis pensamientos oí una voz a mis espaldas que me decía “no te preocupes hermano, pronto acudirán otras Mercedes y Armis de todas las comunidades españolas para iluminar más jaimas y así se extenderá por todo nuestro campamento el resplandor de la solidaridad”.
Abdurrahaman Budda